26 oct 2015

Pequeñas delicias de la vida democrática argentina

        El peronismo ha asistido en clave vegetativa al avance parasitario del llamado, hasta hoy, kirchnerismo. Ahora sufre la terrible pérdida de un bastión electoral clave ante una chica de barrio. Faltando todavía algunas semanas para saber quién será el próximo presidente argentino, la certeza de cambios en el paisaje partidario viene acompañada de incógnitas en varios frentes.

        En principio, hacia adentro del peronismo. La precipitación temprana del pretendido frente revolucionario camporista arrastró consigo a pesos pesados del conurbano que no conocían hasta hoy cómo se veía la espalda del electorado. Mucho se había hablado del ancla que representaba Aníbal Fernández, pero no se preveía semejante derrota a manos de la que hace poco era una simple voluntariosa y hoy es estrella del Pro. Aníbal Fernández no sólo frenó a Scioli, sino que le dio suficientes razones al electorado de históricos distritos peronistas para arriesgarse a la incertidumbre de votar candidatos que hicieron campañas de sonrisas e invitaciones al amor y al cambio. Los resultados en Lanús, Pilar y Tres de Febrero, entre otros, también son una novedad toda vez que en esos distritos el recambio democrático no se conocía sino por el recuerdo de la primavera del 83.

         Las dudas hacia adentro del peronismo florecen, incluso en el frío de la derrota, ante un vacío cargado de líderes irreales. CFK, nunca líder del peronismo sino poderosa de bolsillo entre personajes de fácil obsecuencia, no cultivó la organicidad cuando tenía poder, menos lo hará ahora que carece de él. El (no) surgimiento de Scioli como próximo líder parece como mínimo imposible con una performance electoral tan pobre. ¿Alguno de los gobernadores de provincias “feudales” donde se cosecha, al menos, el 70% de los votos y hay elección indefinida, podría alinearse detrás de un perdedor? Parece difícil. No es que su propensión a la estrategia farandulesca lo haga difícil de digerir, sino que lo que queda del partido no acepta debilidad de poder. No está en su ADN.

         Aquí es donde entra en escena alguien que para el electorado parece haber quedado de lado pero, por estas horas, es más protagonista que nunca. El tercero en cuestión, Massa, demostró ser lo suficientemente cabeza dura como para seguir en carrera hasta el final en una elección de la que pareció caerse varias veces. Lamentablemente para sus aspiraciones, los errores del comienzo y su estatura de simple intendente fueron variables que lo condicionaron. Sin embargo, tiene razones para pensar en un futuro promisorio dada la coyuntura electoral y la pobreza de liderazgo peronista. Más que nunca, el peronismo necesita purgarse y quien mejor que él, conocedor de la patología desde adentro, para operar la renovación.

        Hoy, a sólo unas horas de los resultados finales, parece plausible pensar en una victoria de Macri. Sin embargo, el Pro enfrenta serios desafíos que difieren en caso de derrota o victoria del líder. En caso de victoria, como es ya tradición en el país, quedan varias bombas por desactivar, sobre todo en el frente económico. Pero el Pro tendrá sus propios nudos políticos que desarmar cuando llegue el momento de ocupar todos los cargos que quedarán vacantes por el cambio de gobierno. La política coalicional no es gratuita, se paga. La endogamia del partido macrista entrará en tensión con esta necesidad y, especialmente, demanda, por parte del ala radical que apoyó la epopeya de la felicidad. Cuando se acabe la campaña del amor, vendrá la cruda gestión del poder que no está estructurada por ley. El Pro, cuenta además con el peso de la inestabilidad no peronista cada vez que se conquista la presidencia.

       Otros problemas surgen en caso de derrota. ¿Cómo hará Macri para retener su liderazgo partidario en caso de derrota ante Rodriguez Larreta y Vidal? Ante el precipicio del fracaso, cobrarán mayor valor las victorias de aquellos y, posiblemente, surjan el Vidalismo y el Rodriguez Larretismo en la política argentina. No será difícil que estos construyan su propio aparato, después de todo así fue como su jefe político ha crecido. Románticos como Goethe, serán aprendices de brujo que pondrán a trabajar sus escobas hasta darles vida propia.


       Con todo, hoy Argentina se debate entre la profundidad del ajuste que operará cada uno de los posibles presidentes. Queda por verse cuántas razones le dará el electorado a cada uno para hacerlo. 

18 sept 2015

Golpe de parte a Europa: el caso húngaro frente a la migración

           El fenómeno de la migración en su estado más crítico ha suscitado, durante las últimas semanas, el surgimiento de diversas voces que han pronunciado opiniones. La complejidad de la temática se da por la convergencia de cuestiones que normalmente se cruzan en la agenda internacional pero no se condensan todas de una sola vez en una sola cuestión. Estas cuestiones, por nombrar algunas, van desde la geopolítica de regiones tan distintas como Oriente Medio y Europa en su conjunto; la religión y la radicalización creciente de algunos sectores del Islam durante los últimos años; hasta temas más profundos, aunque muchas veces tratados a la ligera, como los derechos humanos y la solidaridad imperante entre los pueblos de diversas naciones.

            Como se ve, entonces, frente a un cúmulo de cuestiones tan distintas, el diagnóstico sobre la situación y las opiniones a su alrededor no aportan mucha claridad. Y es que lo propio de las situaciones críticas es eso: complejidad extrema que sobrepasa la capacidad del sistema (llamémosle Organismos Internacionales, Estados, la gente misma o la frontera de un país) para resolver la tensión surgida en un momento particular. Con el tiempo, luego del golpe de la sorpresa, viene cierto orden en base a distintas propuestas para resolver la cuestión.

            Ahora bien, entre otras opiniones vertidas, el 6 de septiembre, el Embajador de los Estados Unidos ante Hungría entre 2010 y 2013, publicó una nota llamada “La respuesta xenófoba de Hungría” en el New York Times. En la misma sugería, como explicación plausible a la manera en que Hungría manejó la cuestión migratoria, mirar un poco más allá para ver la figura del Primer Ministro, Viktor Orban. Del mismo, recordó que llegó al poder luego de ganar dos tercios del parlamento para iniciar la “revolución de los dos tercios” de la cual surgió una nueva constitución y paquetes de leyes que, según él ahora y los medios internacionales desde aquel momento, se dirigieron a controlar la prensa libre, las universidades, los gobiernos locales y las instituciones religiosas. Todas ellas votadas virtualmente sin participación de la oposición o la sociedad civil. Asimismo recuerda discursos no muy lejanos del PM donde éste asegura que la democracia del tipo liberal-europeo ha fracasado y que Hungría se dirige a una democracia iliberal del tipo ruso o turco. También, y no es el primero, enumera ciertas medidas que hacen entender que Orban encarna un proyecto del tipo populista nacionalista y de derecha. En su manejo de la crisis ante el electorado, Orban recordó que los migrantes han sido criados en una religión radicalmente distinta, que llegan para robar el trabajo a los húngaros, etc.

            Del artículo surgen más dudas que respuestas en función de algunos aspectos bastante objetables. Primero, y muy simple, Hungría no es Orban, ni viceversa. El Embajador y autor de la nota mezcla ambos conceptos como si fueran intercambiables. En todo caso, y sería más justo, debería sugerirse que el gobierno húngaro tuvo y tiene una respuesta xenófoba frente a la circunstancia. Que el pueblo lo haya votado no lo hace responsable por cada una de las decisiones que toma, por algo existe la política profesional dentro de lo que es la división del trabajo en la sociedad moderna.

            El segundo punto tiene que ver con el sistema político europeo. Cuando el autor se refiere al giro democrático de Orban da a entender también que en Europa, como un todo indivisible, reina la democracia liberal. Habría que decir, como principio, que en cada país el sistema democrático funciona distinto. Desde la crisis de 2008/9, más que nunca, se evidenciaron matices marcados por la existencia de decisiones políticas atadas, por un lado a una creciente geopolítica de centro versus periferia al interior de Europa y, por otro, a necesidades económicas. En relación al eje centro versus periferia, la crisis hizo visible la creciente gravitación de ciertos líderes europeos sobre las decisiones de sus pares. Países centrales contra PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) donde, por el amor a la integración, Francia y Alemania, a través de la Comisión Europea, supieron indicar a sus pares del sur cuáles eran las medidas económicas y políticas que deberían tomar para ser rescatados de sus deudas. El voto popular y soberano, en el olvido. El caso paradigmático más reciente (todavía muy reciente) donde se condensan tanto el eje centro versus periferia como las necesidades económicas para asestar un golpe -no de gracia pero bien fuerte a la mentada democracia liberal- fue el de Grecia. Como se trató en un artículo anterior, fue allí donde se evidenciaron los límites democráticos de los líderes europeos. ¿Dónde quedó el rechazo explícito del pueblo griego al ajuste?  El adjetivo de “liberal” en un régimen democrático supone la competencia libre de intervenciones externas para luego, en el poder, seguir la agenda de gobierno más votada por el pueblo. Si bien no se puede asegurar que es un “fracaso” en Europa, como dice Orban, tampoco se puede negar que el proyecto de integración europeo ha supuesto una cesión de soberanía por parte de sus integrantes que incluye la intervención de la política y la voluntad electoral que, sobre todo en tiempos de crisis, abre un signo de interrogación sobre el real grado de libertad para decidir según lo indique el electorado.

El tercer punto está relacionado al diseño geográfico de la estructura europea. De la nota surge la idea, a nuestro entender errónea, de una Europa que fue construida sólo por la defensa de ciertos principios como la economía de libre mercado, la democracia liberal y el respeto a los derechos humanos. Parece un poco ingenuo ignorar que detrás de estos principios, por más valiosos y respetables que sean, existe la geopolítica y un interés histórico de los países con mayor gravitación en la región de crear líneas de seguridad cada vez más alejadas de las fronteras territoriales formales. Esta idea, entonces, invita a preguntarse si realmente Europa es una sola o hay una digitando a las otras regiones que servirán de fusibles ante distintas emergencias. Tampoco hay que ignorar que los líderes de la periferia europea saben cuál es el lugar que ocupan en esa pequeña orquesta regional. No por nada hoy, un mes después de estallada la crisis, los países del Este se resisten a aceptar la solución de cuotas sugerida por el Parlamento europeo.

Finalmente, y por esto no menos importante, está la reacción de Bruselas ante las distintas circunstancias. ¿Porqué cabría esperar que Orban envíe un mensaje reflejando los “valores europeos” como respuesta ante la crisis cuando Bruselas tarda semanas en dar respuestas ante distintas emergencias que no siempre reflejan los intereses de todos los involucrados?  


Sin caer en hacer juicios valorativos de tipo moralista, entendemos que la respuesta húngara a la emergencia migratoria no hace más que evidenciar, una vez más, el nivel de espíritu europeo que impera en las decisiones de los líderes regionales. En pocas palabras, no es más que una respuesta individual ante un problema colectivo, situada en el contexto de un sistema de decisiones colectivo, como la Unión Europea, que ha fallado sistemáticamente en su capacidad de dar respuestas que abarquen la mayoría de los intereses de los involucrados. Ante este retroceso, los líderes no hacen más que cuidarse su propia espalda, en este caso, Orban quien capitaliza el problema por su costado  más electoralista hacia adentro de Hungría. 

31 ago 2015

El cinismo del cambio

Una de las pocas características que subsiste en la política argentina a pesar de los cambios de época es el llamado movimiento pendular. La idea fue introducida, desde el campo de la economía, por Diamand a principios de los años ’80. También tuvo eco dentro de la ciencia política de la mano de Kvaternik como aproximación a las idas y vueltas cívico militares durante gran parte del siglo XX.

Los últimos treinta años no han sido muy distintos si se observa el camino transitado desde lo económico y lo político. Comienza con Alfonsín y su aluvión de republicanismo luego del desierto dictatorial. Con ello sobreviene también cierta liberalización económica que mostrará ser más que tímida a la luz de lo vivido en gobiernos posteriores. La crisis de la hiperinflación vino a ser el corolario de una experiencia democrática que se demostró incapaz de reaccionar a tiempo a los cambios de la economía y política internacional a la vez que no logró liberar a la administración estatal de los grupos de interés ya anquilosados en una estructura convertida en inviable. La revolución productiva llegó de la mano de un peronismo cambiado profundamente desde la superficie por un caudillo carismático como Menem, desprovisto de compromisos con la historia y las instituciones. Una pendulación casi hacia lo contrario del anterior mandatario radical. Y esa pendulación se vivió también en el terreno económico y político con la liberalización irrestricta de ciertos sectores de la economía y el surgimiento de un sector del peronismo que hizo del Estado su propio partido político, a la vez que dejó el fortalecimiento de las instituciones a un lado por considerarlo un traspié al progreso casi providencial del que siempre somos víctimas (y victimarios) los argentinos. Luego vino el cambio para que no cambie nada porque, hay que decirlo, cuando ese movimiento pendular se produce, en Argentina pendula todo el sistema político. El radicalismo, convertido en un Menemismo “limpio”, volvió con La Alianza, que hizo propio el pedido del electorado por gente “honesta” que no robe. Era un gobierno de transición en el que el péndulo se estaba moviendo nuevamente hacia el otro polo. La última década pareciera una síntesis de lo que pasó en los ’80 y ’90. Politización y movilización de la población, un rasgo que podría asimilarse a los ’80, sin institucionalización, algo más propio de los ’90. Vuelta al engrosamiento (no crecimiento, porque son distintos conceptos) del Estado pero sin cambiar de fondo el formato de administración que nos legó la década anterior. Un sistema de partidos que ve en la estructura estatal la razón de su existencia y supervivencia.

Hoy estamos ante un nuevo momento coyuntural del cual nos interesa subrayar un solo aspecto de la pendulación que, creemos, ya se está produciendo en prácticamente todo el espectro político. Es el cambio en el discurso y la manera de dirigirse al electorado. La última década ha sido de discursos con fuertísimo contenido político que no han pasado, en ningún caso, desapercibidos. Además de ese contenido cargado de simbolismos, el estilo ha sido usualmente confrontativo, siempre dirigiéndose a una audiencia específica con golpes propinados destinatarios particulares y claros. La resultante paradoja es el surgimiento de candidatos competitivos electoralmente cuya característica saliente es la de poder hablar horas y horas pero sin decir nada. El hecho de no decir nada es, en efecto, aglutinador ya que tampoco se puede disentir con algo que no se está diciendo. Es el punto en que todo se vuelve un juego de palabras, y también de silencios.   

De los participantes de las próximas elecciones hay sólo tres competitivos: Scioli, Macri y, aunque distante, Massa. En los tres casos la falta de contenido discursivo e ideología clara y concreta con una constante. Muy atrás están los no competitivos como Stolbizer, quien sobresale por tener cierta coherencia discursiva y contenido concreto que justamente la hunde en el barro del déficit de atención del votante medio, además de su falta de carisma y la ineludible mala suerte de querer ser presidenta después de CFK. 

Volviendo a las piezas competitivas de este ajedrez en que sólo uno tendrá la gracia divina de llevarse por delante a la reina, los tres intentan reiteradamente hacer uso de la llamada “grieta” creada por la administración actual y mostrarse como los reunificadores y pacificadores. La triste verdad es que, más que a Perón en el ‘73 (quien de todos modos no reunificó nada) parecen pastores de iglesia evangelista. Si bien tanto Scioli como Massa, por razones distintas, han radicalizado bastante su discurso en el último tiempo, ni ellos ni Macri han sugerido propuestas concretas con concretas posibilidades de realización en un posible mandato. Lo que sí repiten hasta el hartazgo es querer terminar con la confrontación y división de los argentinos mirando hacia nuestro destino tantas otras veces pretendidamente manifiesto del desarrollo.

Lo cierto es que el amor podrá ser condición necesaria para el desarrollo pero no es suficiente. Sin embargo, desde lo discursivo, para ellos pareciera que sí. Y las segundas líneas de gobierno, aquellas que hasta hace algunos meses le arrancaban la cabeza a sus contrincantes mediante frases más propias de una guerra de vedettes que de funcionarios públicos, también están girando hacia la pacificación. El único coherente, por primera vez, es Aníbal Fernández, quien sigue fiel a su estilo y amenaza con destruir la pasividad sciolista. Las primeras líneas del radicalismo, como Ernesto Sanz y compañía, quienes hace no mucho consideraban a la AUH como una cuna de vagas y vagos que tienen hijos para cobrar, inteligentemente ya no lo repiten. Macri y el PRO ya no están tan en desacuerdo con la existencia de empresas estatales. En el gobierno surge desde las profundidades del Norte Argentino una liga de gobernadores, caso Urtubey y Closs, que aceptan la existencia de inflación asfixiante, el hundimiento de los productores regionales y hasta hablan de la pobreza. Porqué no mencionar a Massa, bajo cuyo calor crecieron en la Anses personajes como Boudou que, al igual que otros funcionarios, dados los acontecimientos ya no pueden cambiar tanto su discurso por lo que son “silenciosos estratégicos”. El colmo sería que los Alperovich, Insfrán y Zamora se vuelvan demócratas de raza. Seguramente ese sea el límite del cambio.


Más allá de cualquier valoración que se pueda hacer sobre los candidatos, la Argentina está nuevamente pendulando y en sentido contrario hacia el que fue durante los últimos 12 años. Cada uno de los postulantes seguramente, o no, tenga en carpeta bien archivada (como para que no se conozca antes de las elecciones) los planes para solucionar las deudas que deja esta administración. Argentina necesariamente irá en dirección al arreglo con sus acreedores para salir del default parcial en que se encuentra hace ya un año, tendrá que reacomodar el sistema impositivo, resolver el problema de divisas escasas, etc. Todo en dirección hacia el mercado. Pero en función de lo que hay, lamentablemente surgen más dudas que respuestas. Sin embargo hay una que sobresale y se aplica a todos los postulantes: ¿quién será el más cínico de todos al traicionar sus propias palabras y su pasado? Sólo lo veremos después de unos meses de nuevo gobierno.

16 jul 2015

Clases de negociación internacional en territorio europeo

¿Es posible creer que el giro de 180° realizado por Tsipras, Primer Ministro que desoyó los resultados del referéndum griego votando en contra del ajuste, haya tenido el objetivo de sacrificar a sus connacionales para que ocupen el espacio de mártires en lo que él, y muchos partidos anti-europeos, ven como la inevitable marcha al fracaso total del sueño europeísta? Hoy algunos análisis entienden que, con esta movida, el premier griego, en una batalla que pareció terminar a favor de Europa, le está haciendo el juego a los partidos y líderes anti europeístas como Le Pen en Francia, Orban en Hungría, Putin en Rusia o Farage en Gran Bretaña. Ninguno de estos ha intentado coaligarse con Tsipras en su cruzada euroindependentista. Como todos, entienden que Grecia tuvo que elegir entre doler y hundirse sola en el corto plazo o transitar el camino de la decadencia lenta conducida de la mano por sus vecinos. Y aunque el pueblo votó por la primera opción, Tsipras terminó dejando a su país en el peor de los escenarios de negociación posibles, tanto a nivel interno como a nivel europeo.

A nivel interno, luego de ignorar la consulta popular en la que ganó el rechazo al acuerdo, su gobierno, coaligado con partidos de inclinación antieuropea y nacionalista, empieza a partir de aquí la lucha por la supervivencia. Contra todos los pronósticos, el Primer Ministro hoy tiene que dar explicaciones a sus votantes, a aquellos que votaron por el “no”, a sus aliados y, encima, mantenerse en el gobierno.

A nivel externo, lo que pareció una jugada para reforzar la posición negociadora, terminó resultando en contrapropuestas que cada vez ofrecían menos concesiones al lado griego. La capitulación se expresará ahora como la canibalización del Estado griego en manos de burócratas europeos. ¿Cómo hizo Tsipras para desperdiciar la cintura política que le brindó el rechazo del pueblo griego al ajuste?

El tiempo lo dirá, pero hoy, y para responder a la pregunta que hicimos inicialmente, pareciera que el resultado de la negociación obedece más a errores que a una cruzada histórica en contra del sueño europeo. Los negociadores griegos no supieron leer las fortalezas y debilidades, de las que partieron y las que fueron adquiriendo/perdiendo en el transcurso de la negociación. Tampoco supieron prever cómo se desarrollaría la estrategia europea. Los recursos utilizados no fueron coherentes entre sí y la estrategia griega se volvió marcadamente ecléctica. El curso de los acontecimientos tiene un punto claro de quiebre: el cierre bancario griego. Cabe nombrar algunos puntos visibles del proceso.

En primer término, desde ambos lados se cultivó la intransigencia. Sin embargo, ambos lados contaban con recursos de poder distintos. Existía también un condicionante de partida que era lo que cada parte comunicó que haría respecto de la insostenible situación griega: Syriza, el partido de Tsipras, hizo de las reivindicaciones soberanas su discurso de campaña; los líderes europeos hicieron de la justicia e igualdad de tratamiento a los países deudores su condición para negociar. En segundo término, los griegos contaban con la legitimidad democrática de su reciente llegada al poder; Europa tenía el respaldo no sólo de los principales socios, como Francia o Alemania, sino también con el abrumador apoyo de todos los países del sur que debieron realizar dolorosas reformas para ser rescatados hace pocos años, como España, Portugal e Irlanda. Ellos no iban a permitir que Grecia obtuviera mayores concesiones de las que ellos obtuvieron.

Paréntesis sobre las posiciones de cada uno. Del lado griego, el discurso griego fue, desde un comienzo y en términos simples, “nosotros queremos quedarnos en la moneda común pero podemos/queremos pagar nuestras deudas ahora; tampoco podemos seguir soportando medidas de austeridad”. Del lado europeo fue “todos los países deben cumplir con las obligaciones asumidas por sus administraciones sin importar los cambios de gobierno. Grecia es insolvente pero si quiere obtener solvencia del Banco Central Europeo deberá cumplir con las condiciones que nosotros ponemos”. Algo que no dijeron pero también formaba parte del discurso subyacente era la necesidad de que Grecia se quede en el Euro, no tanto por el impacto económico de su salida en los eurosocios, sino por el impacto simbólico sobre el proyecto europeo y su (in)capacidad para resolver las crisis.

El transcurso de la negociación no fue más que una conversación de sordos en la que, aun los griegos aceptando la necesidad de realizar reformas, las mismas no satisfacían al eurogrupo que contraproponía condiciones a las que los griegos se rehusaban. De esta manera llegó la idea del referéndum que, si pensamos la negociación como un juego de ajedrez que Grecia estaba perdiendo, no fue patear el tablero completo pero sí fue tirar todas las fichas para tener que volver a empezar. Como en toda partida de negociación, nunca hay un “volver a empezar” o “empezar de cero”. Todas las jugadas anteriores continúan en la mente de cada participante y condicionan sus movimientos ulteriores.


El llamado a referéndum griego fue un impasse ciertamente tenso en la negociación en una semana previa de caos financiero en que los bancos griegos fueron cerrados a causa de la estrepitosa  fuga de divisas y falta de liquidez. El gobierno de Tsipras no buscó dejar de negociar sino herir la intransigencia del eurogrupo con la espada de la democracia (que ahora vemos no era filosa ni para Tispras ni para el eurogrupo). De manera inteligente, el lado más intransigente del eurogrupo convirtió el referéndum sobre la propuesta de ajuste en una consulta sobre la permanencia de Grecia en la zona euro. Ellos patearon el tablero.

Lo posterior es conocido. Gana el “no”, el tenso impasse en las negociaciones continúa y el caos financiero logra doblegar la posición Griega. Tsipras desoye el “no” y acepta un acuerdo similar al que habían rechazado desde el comienzo. Y esa es la historia de cómo Tsipras desperdició la cintura política que le brindó el rechazo al ajuste. Ahora, ¿por qué lo hizo?

Grecia utilizó a su favor, en un comienzo, el hecho de jugar cerca del abismo: incumplió pagos de deuda sucesivos y terminó estableciendo un corralito bancario. Ahora, no supo leer la intransigencia del eurogrupo ya que, de haberla leído, forzar un acuerdo posiblemente hubiera implicado acercarse más todavía al abismo: comenzar a imprimir cuasimonedas para mover su economía. No es que deberían haberlo hecho, pero como mínimo deberían haberles hecho creer a los europeos que estaban dispuestos y preparados para hacerlo. Otra medida efectiva hubiera sido coquetear e incluso llegar a algún acuerdo “anunciable” durante esa semana con alguna de las potencias orientales, como Rusia o China. Ambas están siempre a disposición para asestar un golpe bajo a Occidente.

El punto es que Grecia fue ecléctica en su estrategia: nunca creyó o estuvo realmente dispuesta a tomar el camino que decía Syriza que tomaría (elegir salir del euro y sangrar en el corto plazo vs. declinar lentamente a costa de su gente). Eso explica la vuelta en U de Tsipras.

El caos financiero producido por el cierre de los bancos griegos adquirió mayor peso que el resultado del referéndum. El mismo Primer Ministro griego acepta hoy a su TV pública nacional (ERT) que aceptaron un “mal acuerdo”. Según él, la única opción es resistir y esperar que otros “como ellos” lleguen al poder. La derrota total ya se hizo palabra en su boca.

Quedan hacia futuro algunas consideraciones. Es normal llamar a los países que componen la unidad monetaria la “eurozona”. No obstante, el enunciado pretende una unidad que la realidad ha dejado, como mínimo, en el lugar de falaz. Sería más útil, especialmente para los líderes, comenzar a hablar de “zonas de euro”, ajustándose a la irrevocable realidad de que el euro es el mismo en todos esos países pero no les afecta de igual manera. Podemos arriesgarnos a decir que esto sería útil hasta en términos económicos ya que pondría sobre la mesa la posibilidad de gestionar cada zona según sus características.

Otra incógnita que queda flotando el valor que adquiere la democracia en Europa y qué lugar ocupa en el proyecto integracionista. La integración europea ha creado potencias económicas y mejorado sustancialmente la vida de los comunitarios, caso España. El bienestar económico como componente esencial de la construcción de ciudadanía y, entonces, capacidad de agencia para que la democracia funcione en plenitud, es un logro remarcable. No obstante, la democracia supranacional está demostrando no ser un principio rector en las decisiones de la comunidad europea. Las diferencias respecto de la cualidad “ciudadanía” de cada uno de los países que componen el bloque está demostrando ser un punto de tensión que siempre cede a favor de los países con mayor peso relativo.


¿Qué favor le hacen entonces a la democracia y a la integración cuando esta hoja de ruta para resolver las crisis está enajenando a sectores de la población que dan lugar en el espectro político a partidos radicalizados y antieuropeístas? El segundo proyecto de integración más exitoso de la historia esta así plantando la semilla de su propio fracaso. ¿Cuándo germinará? 

5 jun 2015

La paradoja de la dependencia argentina


¿Es la ruptura de lazos con los principales jugadores del tablero internacional una estrategia consecuente con el objetivo de aumentar los grados de libertad de un país? Mejor dicho, ¿cuánto aumenta el margen de maniobra de un país determinado al querer mostrarse independiente en su interacción con otros Estados?

Des/Inteligencia

Cada país, en función del lugar que ocupa a nivel internacional y regional, es más o menos dependiente. Esa dependencia podría definirse de la siguiente manera: el grado de disponibilidad de recursos políticos y económicos existentes para el país en una coyuntura internacional particular a los fines de lograr, de la mejor manera posible, la consecución de los intereses nacionales. Decir “de la mejor manera posible” es esencial ya que cada parte se conducirá de la manera más eficiente posible, es decir, lograr más con menos. Asimismo, para presentar un escenario simplificado podemos decir que el desempeño de un país en la arena política y económica internacional, especialmente conectadas entre sí, se juega a través de sucesivas partidas de dos o más contendientes que podrán avanzar desde un punto de partida en el cual se conozcan en mayor o menor medida entre ellos, pero siempre en el curso de los acontecimientos las estrategias serán variables y se ajustarán mutuamente. Existen casos de mayor afinidad política entre los países por múltiples razones como historia, intereses geopolíticos, cercanía, etc. Sin embargo, cabe resaltar la afinidad que se da en función de la repetición de esas interacciones que indefectiblemente brindan información a cada uno de esos contendientes, lo cual se traduce en mayor previsibilidad para cada uno de ellos. Como lo demostró Axelrod en su famoso estudio sobre la evolución de la cooperación, la previsibilidad retroalimenta el proceso positivamente, es decir, las interacciones conducen a más interacciones y mientras más se repitan más estables serán.

Entonces, según lo expuesto, en una interacción dada, la dependencia total sería quedar a merced del contrincante dada la ausencia o desperdicio de recursos para lograr la consecución de los intereses propios. Para graficarlo, sería un juego de costo-beneficio en el cual una de las partes obtiene un beneficio que es directamente proporcional al costo en que incurre la otra, es decir, un juego de suma cero. No está de más decir que, aunque muchas veces los jugadores parezcan irracionales, la regla es que busquen siempre el óptimo según sus recursos y la coyuntura. Los resultados sub óptimos representan una derrota y normalmente se dan por problemas de información o negligencia de los jugadores. En muchos casos, el error del jugador es la mala lectura de sí mismo, del otro, de los recursos disponibles para cada uno y del entorno de interacción. Estos aspectos conducen indefectiblemente a un diseño de estrategia erróneo y el consecuente desperdicio de recursos y, sobre todo, oportunidades.

El oasis de la independencia

Puede ser un ejercicio de investigación sumamente complejo rastrear cuáles fueron los últimos eventos internacionales de relevancia para la República Argentina en los que ésta logró desarrollar una estrategia que haya aumentado o, mínimo, conservado los grados de libertad de los cuales disponía antes de comenzar la interacción. No obstante, la nobleza obliga a reconocer que ha estado en la intención de los sucesivos Jefes de Estado, o al menos así lo expresaron, continuar avanzando hacia la independencia. Entonces, ¿qué pasó? Luego de tres décadas de democracia en las que ciertamente se han intentado distintas recetas, Argentina todavía no logra encontrar una fórmula de política exterior que gradualmente le brinde mayor espacio en el concierto de naciones que día a día intentan ganar un lugar en la arena internacional.

Es la ausencia de gradualismo, que sólo ha aparecido de manera espasmódica y en algunas áreas de nuestra política exterior, lo que nos ha conducido hasta la marginalidad relativa en la cual nos encontramos sumidos hoy. Nuestros funcionarios, apoyados por una sociedad que todavía conserva la nostalgia de la Argentina potencia, han caído víctimas del “oasis de la independencia”. El oasis de la independencia es una ilusión óptica que se ve desde lejos en la arena internacional y que, como lo indica su nombre, no deja de ser producto de la mente. No obstante, cada vez que lo vemos, apostamos todo a llegar a él, a la tierra prometida. Luego del esfuerzo vemos que ese objetivo está cada vez más lejos, estamos cada vez con menos recursos y más adentro del desierto. Dos ejemplos de la última década que permiten pensar que nuestro modus operandi en política exterior se condice con lo expuesto anteriormente.

1)      Dolor recurrente de bolsillo.

En primer término, el desendeudamiento actual es un hecho que evidentemente tiene sus reveses. Es de público conocimiento que Argentina defaulteó la deuda más grande de la historia y, luego de dos años, hizo también la reestructuración más grande de la historia. Asimismo, en 2005 se saldó en un solo pago la deuda con el FMI. Estos hechos han suscitado gran apoyo y legitimidad a la administración de Néstor Kirchner y la actual presidenta, su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, quienes hicieron propias las banderas del llamado “desendeudamiento”. Argentina “decidió” mantenerse fuera de los mercados de capitales a la vez que hizo todo lo posible por ensalzar su independencia de los mismos mediante la crítica y el ninguneo.

Hasta este punto, aún con discusiones, son decisiones de política legitimadas por el voto popular. Cuestionar la reestructuración pagada con cupones del PBI y el saldo de la deuda con el FMI per se puede no tener ningún sentido. Ahora bien, si se evalúan las características de la coyuntura y algunos hechos posteriores, estas acciones si podrían ser cuestionables.

El pago al FMI vino acompañado de una política de beligerancia explícita hacia el organismo en todos y cada uno de los foros internacionales, haciéndolo responsable de los sin sabores de nuestra historia reciente, además del incumplimiento del artículo donde los países signatarios se someten voluntariamente al monitoreo anual de sus cuentas públicas. Años después, cuando Argentina comienza a retocar sus estadísticas de inflación (para pagar menos bonos reestructurados) el directorio del FMI presenta una moción de censura para el país. Luego de algunos meses y muchas críticas de un lado y el otro, Argentina se dispone a recibir a los técnicos del organismo para delinear un nuevo Índice de Precios al Consumidor.

Si bien el proceso tuvo más condimentos, con esta información podemos preguntarnos ¿en qué medida el pago al contado de la deuda con el FMI junto con el incumplimiento del estatuto del organismo al cual Argentina suscribe fue una oportunidad o un problema para lograr mayores márgenes de libertad?

Cabe decir, entonces, que lo que en un principio pareció eximirnos de dar explicaciones, terminó poniéndonos por algunos meses en el tope de la agenda económica internacional, lo cual es excesivo considerando el tamaño de nuestra economía. Lo que quedó en la mente de los mercados es que Argentina: a) es desleal con los contratos firmados ya que no cumple con el estatuto del organismo al que voluntariamente suscribe; b) modifica sus estadísticas para incumplir otros contratos suscritos, como es la emisión de un bono de deuda.

Hoy el país, a regañadientes, vuelve a tener funcionarios del organismo trabajando en cuestiones soberanas y, a su vez, es palpable una percepción negativa generalizada a nivel internacional sobre su imagen económica y, si se quiere, jurídica internacional.

2)      Protegernos ¿hasta quedarnos solos?

La administración del comercio exterior es una medida soberana de cada país y, hay que dejarlo en claro, es en estos últimos años en los cuales, en un mar económico complejo, los países han hecho de las medidas comerciales una herramienta cada vez más usual. Esas medidas se han vuelto, especialmente en los últimos años, cada vez más naturales y normales en nuestro país bajo múltiples vías, la más conocida son las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación.

Aunque la justificación de nuestros funcionarios sobre la utilización de dichas vías para trabar el ingreso masivo de productos producidos a menor precio en mercados de menores costos tiene algún sentido, si vamos más allá del discurso, al llegar a la implementación de este motto de independencia comercial vemos que ha sido aplicado de manera desordenada y discrecional.

El punto más grave puede ser la sanción de la OMC impulsada por Estados Unidos, Japón y la UE. En la mayor vidriera comercial del mundo, Argentina nuevamente quedó mal parada y señalada como desleal en su modo de competencia. No obstante, hay otro capítulo regional de la cuestión que tiene que ver con la Unión Aduanera de la que nuestro país fue socio fundador, el Mercosur. En la actualidad el nivel de complementación comercial entre Argentina y Brasil, hermanos mayores de este mercado común, es extremadamente alto. Aún así, sobrevuela desde hace años la idea, sobre todo entre la FIESP (Federación de Industrialistas de San Pablo), de que la asociación comercial está dejando de ser redituable, especialmente para Brasil. Aún cuando el desequilibrio de la balanza bilateral es, por lejos, positivo para ellos. 

Muchos analistas podrán decir que es el curso natural de la evolución internacional que ha demostrado Brasil en estos últimos años que está muy relacionada con su tamaño relativo. Cabe decir sin embargo que el juego desleal comercial de Argentina con el mundo fue des-inteligentemente también aplicado con Brasil y, si bien este último llamó la atención de Argentina repetidas veces, los pedidos fueron aceptados con tono diplomático pero ignorados en la práctica.

¿En qué medida, entonces, Argentina logró reducir los déficits comerciales mediante las trabas a importaciones de sus mayores socios comerciales? Dicho en otros términos, ¿tiene nuestro país hoy mayor independencia de sus principales socios comerciales que cuando se pensaron las DJAI? El Mercosur, pensado para que la región gane densidad comercial y para volver a nuestros países más independientes del mundo, hoy desde Brasil y Uruguay lo quieren desactivar. Argentina ya lo hizo de facto hace tiempo, ignorando los compromisos asumidos originalmente.

La paradoja de la dependencia

                Como se subrayó anteriormente, lo paradójico de ambos casos es que Argentina intentó con las medidas aplicadas demostrar, afianzar o lograr cierta libertad e independencia que luego no fue tal, generando un tendal de heridos, ofendidos y percepciones negativas sobre su comportamiento. Por sobre todas las cosas, terminó dependiendo de esa imagen negativa y fracasó en mejorar su situación de partida original.

¿Es que todos los países tienen una conducta 100% leal con pares y organismos internacionales? Definitivamente no. Simplemente unos tienen más libertad que otros para romper las reglas y es justamente esa la lectura del orden internacional que debería hacerse ante cada movimiento. No todos los contrincantes son iguales y el contexto de juego definitivamente es un condicionante sobre la estrategia a desarrollar.

Tanto la política de “desendeudamiento” así como la política comercial podrían haberse desarrollado cultivando un perfil más bajo y de manera más gradual. Si bien suponer eso es hacer historia contra fáctica, podemos imaginar que la censura del FMI y la vuelta de sus funcionarios hubieran tenido menores costos políticos y económicos o ni siquiera hubieran ocurrido. En este caso particular, la política de independencia del FMI produjo un resultado sub óptimo.

Algo similar sucede con la política comercial donde una aplicación irrestricta generó cortocircuitos con socios que son en extremo importantes para el país. Para reconfigurar las relaciones estaremos en una posición de debilidad al momento de volver a sentarnos en la mesa de negociaciones.


La política exterior no puede desarrollarse con la ilusión de la independencia mediante un golpe de puño en la mesa. Asimismo, la lógica del “all in” cada vez que se desarrolla una interacción tampoco puede ser la estrategia. El objetivo de aumentar los grados de libertad y el margen de maniobra exige un gradualismo pragmático que lamentablemente todavía tenemos pendiente. 

12 ago 2014

El mundo según USA

            El orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial se moldeó a partir de los resultados del conflicto armado. Al menos en Occidente, hasta la caída de la URSS, el liderazgo norteamericano fue la constante. Luego del ’89, se constituyó un escenario unipolar y las instituciones que regían, hasta el momento y principalmente para Occidente, se hicieron extensivas a Oriente. En el contexto de la hegemonía norteamericana, los cimientos de la economía internacional se asentaron sobre dos instituciones de participación multinacional: Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional. Los cimientos de la política internacional yacen en la vigencia de los Organismos Internacionales, especialmente las Naciones Unidas y dentro de ella su Consejo de Seguridad.

En estos días, Obama debe estar teniendo problemas para conciliar el sueño. Las responsabilidades de Estados Unidos como garante del orden internacional se expresan con furia en distintos frentes. Por aceptación u omisión de las mismas.
           
En el terreno económico, el surgimiento del nuevo Banco de Financiamiento por parte de los BRICS enciende una luz amarilla sobre de la vigencia de las instituciones financieras internacionales establecidas en el post Bretton Woods, al menos tal como las conocimos hasta hoy. Sobre todo, considerando que el funcionamiento de instituciones no sólo depende de sus características sino también de la confianza de los actores que las utilizan en que esas instituciones son el arreglo posible más eficaz y eficiente para interrelacionarse.

Creer que es signo de la decadencia del hegemón es creer en una verdad revelada. Nada de lo que sucede hoy indica decadencia, sino un período transicional. Fue una expresión de voluntarismo dialéctico extremo afirmar que el capitalismo se estaba terminando durante la crisis de 2008. El capitalismo (supuestamente terminado) redobló la apuesta con más capitalismo: salvó, en distintos países del mundo (siempre con dinero de los contribuyentes), a todo el sistema bancario.

Paréntesis nacional de este fenómeno. Hoy, aunque muchos funcionarios de nuestro gobierno sueñan con la construcción de un banco solidario, asegurar que este banco va a operar en otros términos que los ya existentes es el clásico solipsismo al que nos han acostumbrado: existe si nosotros lo concebimos en nuestra mente. La realidad sólo como un estado mental. La sed genera alucinaciones. La sed de dólares, también. Una suerte de oasis en el desierto capitalista.

Sólo sabemos que no sabemos nada: el banco recién empezará a funcionar en varios años y todavía no se conocen los términos y condiciones bajo los cuales lo hará.  

Volviendo a la esfera internacional, es interesante preguntarnos en qué medida Estados Unidos, con la política de tasas bajas aplicada por el Fed durante los últimos años, ha contribuido a impulsar la valentía económica del grupo de emergentes “estrella”. Multipolarismo económico le queda muy grande a la realidad económica actual. Ahora bien, la política monetaria fuertemente expansiva que desarrollo el Banco Central de los Estados Unidos durante los últimos años inundó de dólares el mundo.

Con el objetivo de apuntalar el consumo interno, por un lado, la Reserva Federal imprimió dólares y, por el otro, bajó las tasas de interés a niveles históricos acelerando la circulación del dinero. La consecuencia: en vez de poner el dinero en los bancos, la gente, los inversores y cualquiera que poseyera dólares prefirió tenerlo en la mano para gastarlo en cuanto pueda.

Gasto en consumo corriente y muchas ganas de usar el dinero, por ejemplo, para dar préstamos a países normalmente considerados riesgosos, a tasas de interés de países seguros y solventes. Bolivia tomó deuda a 4,875% en 2012. Kenya y Jamaica han tomado deuda a tasas levemente más altas, aunque todavía sorprendentemente bajas.

             Esta fiebre de dólares a nivel internacional tuvo un fuerte impacto sobre los países emergentes que, en muchos casos, supieron engrosar sus posiciones en dólares hasta niveles históricos. Este es el caso de Latinoamérica, dejando de lado casos especiales como Argentina y Venezuela, donde los Bancos Centrales se encuentran fortalecidos.

            El atrevimiento de algunos países en lo económico también tiene su expresión en el terreno político. El fenómeno más conocido por estos días es el conflicto de Rusia con Ucrania, que no es más que la materialización de la política exterior regional que el país bicontinental ha desarrollado durante su historia. Lo importante es la frontera con los europeos que en ningún caso debe coincidir con la frontera natural del gigante. Diplomacia blanda ha sido la desarrollada hasta ahora: intervención sutil en la política interna de los países que la rodean, creación de Estados tapón hacia Occidente. Nada distinto de lo que hace la Unión Europea hacia el Oriente. La intervención en Crimea fue en la dirección contraria.

            Y el vacío de respuesta producido a este evento es ciertamente otro llamado de atención. No hay respuesta a este evento. Recién meses después, Estados Unidos se alía con la Unión Europea para imponer algunas sanciones. No tantas, sino los europeos tendrán frío el invierno que viene.

Tampoco hay respuestas al conflicto subyacente entre China y sus vecinos por el espacio marítimo. Si así fuese, Japón no estaría cambiando radicalmente la política militar que ostentó desde la Segunda Guerra Mundial.


Estados Unidos tiene serias dificultades para intervenir en los equilibrios de poder existentes en cada región del mundo. Se multiplican los conflictos en todos los casos. Así también las dudas. Entre tanto, el líder indiscutido de los ’90 pelea para mantener el magro crecimiento económico logrado en los últimos años. Quizas, no poder ocuparse de la política interior y exterior de manera simultánea y coherente sea, muy posiblemente, uno de los principales signos de un liderazgo que, aunque persiste, está en baja. 

8 jul 2014

La discusión del Gobierno ya pasó del terreno de las conquistas reales a las lingüísticas.

El discurso de la administración actual ha sido coherente a lo largo de estos años en al menos un aspecto: el patrón de análisis de la realidad siempre ha sido en términos relativos. Durante todos estos años han hecho propio el recurso de la comparación para justificar cualquier enunciado. Las comparaciones han sido múltiples: temporales, como “en 2003 encontramos un país así y hoy está así” o “durante los años ’90, en el auge del neoliberalismo, las cosas eran así y hoy son así” y otra muy utilizada: la que compara la actualidad con la nefasta época de la dictadura. Pero no sólo han sido temporales sino espaciales: en esta parte del mundo las cosas son así y en esta así. En la época donde se impuso, más que nunca, la rebelde moda de poner los mapas al revés cuestionando los puntos cardinales N-S, el gobierno argentino no sólo cuestionó esos puntos cardinales sino también los dos restantes, sugiriendo en repetidas oportunidades la injusticia del mundo actual, especialmente, para con nuestro país y continente. Recordando constantemente que Argentina se mantenía en pie en un mundo (Europa y Estados Unidos) que se cae a pedazos. “En esta punta del mundo hacemos las cosas así, allá las hacían de aquella manera y miren como terminaron”.

Y claro, es que la realidad es, en sí misma, una rebelde, ya que se resiste a ser contenida y limitada en un grupo de palabras y gestos. Por esta razón, lo que se exprese verbalmente, siempre es parcial y no neutral. Especialmente cuando está expresado por alguien con cierto nivel de jerarquía en términos de poder. Más que nunca es, en este caso particular, cuando la comparación se vuelve bastante engañosa. Pero sacando un poco de ventaja sobre las asimetrías de información en que está inmersa la sociedad de masas, a pesar de estar híper conectada e híper informada, es un recurso tremendamente eficiente.

Ésta es sólo una de las razones por las que, durante muchos años, este recurso discursivo estuvo al servicio de la política gubernamental. Si se lo compara con 2003, el PBI argentino aproximadamente un 90% (2011), la pobreza se redujo considerablemente (o al menos cambio en su composición) y el desempleo se ubicó en un nivel relativamente bajo. A la luz de la comparación con el pasado se explicaban, en alguna medida, las miserias y errores del presente y, simultáneamente, se evitaba pensar en lo que venía.

Ahora bien, ¿será que el uso y abuso del recurso de la comparación a lo largo de los años lo llevó a perder efectividad en su pretensión de ensalzar la realidad actual en contraposición a la pasada? ¿O será que la realidad actual se está llevando puesto a cualquier intento discursivo por justificarla que no sea una explicación de las razones por las que, una vez más, estamos sufriendo como sufrimos en aquellos años contra los que supimos compararnos durante toda la década?

Lo que parece más claro es que hoy los indicadores sociales y económicos están desbordando más que nunca al discurso y sólo hay malas noticias. En los últimos tres años, el déficit se disparó y está llegando casi a 5 puntos del PBI, la deuda externa creció, la inflación aumentó, el PBI cayó y la construcción, la industria y la venta de autos vienen en caída libre y parecen no encontrar el suelo. El desempleo vuelve a la agenda, el déficit energético explica, en parte, la extrema sangría de dólares que sufre Argentina que tan sólo hace tres años tenía 55 mil millones de dólares y hoy lucha, no sin tropiezos, por no bajar de los 28. De la pobreza no sabemos porque ya no se publican los índices. Ganamos una década.

A todo esto, el gobierno, no sin pocos apoyos, sigue superándose en su capacidad de poner, para bien o para mal, el lenguaje, las reglas de la economía y la política  nacional e internacional y otras cosas más, a su servicio. Hace “ajustes expansivos”. Busca un “endeudamiento heterodoxo”. Y hoy, está librando una verdadera lucha contra el mundo, digna de un adolescente enojado. Las bases sobre las que se sustenta la economía y la política internacional del nuevo siglo son completamente erróneas e injustas. La diplomacia con la que se intenta cambiarla (tarde) es la del portazo, el pataleo y la puteada (desde lejos).    

Entendemos entonces que todo el que no concuerda con la estrategia que está desarrollando el gobierno en este antiguo problema que hoy amenaza con ahorcar a la economía por varios años sea acusado de “buitre”. Aquí entran los ciudadanos que critican, los grandes medios de comunicación, la señora del barrio y otros. Todos conspiran y son agentes de Griesa. Estuvieron agazapados todos estos años, y quieren lo peor para el país, sobre todo porque las consecuencias de una asfixia económica producida por la solución errónea del problema no son conocidas para todos.

Es que no queda más que el terreno de la dialéctica, donde el gobierno sigue defendiéndose a capa y espada. De los tribunales de aquí, de los de EEUU, de los del Banco Mundial.

Mientras tanto, Argentina sigue como fiel contribuyente a la ciencia universal. Sale de todo pronóstico científico realizado hasta el momento y se posiciona como un caso anómalo que constantemente está midiendo el temple de las leyes y teorías de los paradigmas modernos de pensamiento. Con nuestra historia empujamos constantemente a la ciencia a su etapa revolucionaria, es decir, nadie tiene herramientas para explicar porqué a Argentina le va como le va. Tampoco el gobierno.